Como tratar a una rosa. Juan se sentÃa solo, volvÃa a su departamento, y el silencio era el único que lo esperaba. Juan estaba triste, Juan estaba solo, muy solo. Y Juan tuvo una brillante idea: - CompañÃa, eso lo que necesito, compañÃa. Y alegre se puso a pensar que tipo de compañÃa. De chico le habÃan dicho que lo ideal para compañÃa era una rosa. También le habÃan advertido que las rosas tenÃan espinas y que si uno no era cuidadoso, en vez de disfrutar el placer de mirarlas, tocarlas y oler el perfume que emitÃan, podÃan terminar lamentándose todo el dÃa de que la rosa era mala, que cada vez que uno se acercaba lo pinchaba a propósito con sus espinas, y otras tantas advertencias del mismo género. Pero para Juan el riesgo valÃa la pena. QuerÃa una rosa y salió a buscarla. Y cuando uno busca mucho siempre encuentra lo que busca. Asà Juan salió decidido a la calle y, ¡¡oh!! casualidad, a la vuelta de la oficina donde trabajaba la vio, estaba ahà delante de sus ojos, como habÃa estado ella durante meses esperándolo y mirándolo cada vez que él pasaba, pero nunca se habÃan cruzado miradas. Pero esta vez Juan estaba decidido a ser feliz y se acerco directamente a ella, tan directamente que la hizo temblar. Juan la miró, y quedó totalmente embriagado y envuelto por su perfume. Juan estaba enamorado. Luego de un rato de pleno éxtasis Juan se decidió. Dio media vuelta y encaró al padre de la dama. - ¿Cuánto cuesta?, preguntó con voz firme. - Veinte pesos, contestó el Vendedor de Flores, sorprendido por la pregunta tan imprevista, pues ni siquiera le habÃa dicho buen dÃa, y agregó ya recompuesto. - Con diez pesos más se lleva esta maceta hermosa, señalando una roja de cerámica. A los pocos minutos Juan salÃa feliz del negocio con MarÃa, pues asà le habÃa puesto de nombre a la rosa. MarÃa salió alegre a la calle, en los brazos de Juan y vestida con su hermoso vestido de maceta roja. Juan llegó a su casa, puso a MarÃa en el mejor lugar, donde podÃa recibir la luz de la mañana, luego guardó el comprobante de compra de la rosa y finalmente se sentó a su lado. El resto de la tarde se deleitó mirándola y sintiéndola. Los primeros dÃas fueron realmente una "Luna de Miel". A la noche Juan se llevaba a MarÃa al dormitorio para tenerla al alcance de su mano. La luna de miel entre ellos duró poco. Una noche Juan entre sueños acercó su mano para acariciar a MarÃa y de pronto el dolor intenso y una gota de sangre salió de su dedo Ãndice. MarÃa, con sus espinas lo habÃa lastimado. Juan sintió que el dolor pasaba pero volvieron a su mente las advertencias: cuidado con las rosas, cuando tu quieres brindarles amor ellas te lastiman intencionalmente con sus espinas. Al dÃa siguiente Juan se olvidó de ponerle agua en la maceta a la Rosa, también se olvidó de ponerla al sol, y asà hizo los siguientes tres dÃas. Fue el sábado que Juan al entrar al dormitorio la vio. MarÃa estaba triste, sus pétalos que antes eran hermosos, estaban caÃdos sobre la mesita de luz. Su tierra reseca. Juan sorprendido por la actitud de MarÃa, buscó la factura de compra, pues tenÃa anotado en teléfono del negocio de plantas y llamó para reclamar. - ¿Qué problema tiene con la planta que le vendÃ? preguntó el vendedor. -¿Qué no la riega, ni la pone al sol desde hace tres dÃas? preguntó el vendedor indignado. Juan cortó, medio disculpándose por su ignorancia y se puso a regar a la rosa, pero no podÃa evitar recordar con bronca lo que ella le habÃa hecho: lo habÃa lastimado cuando el se acercó, y seguramente lo habÃa hecho con intención. Y comenzó a regarla hasta inundarla de agua, mientras pensaba... - Voy a inundarla bien, asà no la riego por siete dÃas. - Voy a dejarla al sol asà no necesito moverla. Y luego Juan se fue a hacer otras cosas, sus cosas, las que eran realmente importantes para él. Y MarÃa siguió perdiendo pétalos. Ya no emitÃa ningún perfume, ya no sentÃa la energÃa y la palabra de Juan, y MarÃa se dejaba morir. Pasaron otros tres dÃas y Juan fue a un cine solo. Durante la pelÃcula vio una escena que lo conmovió, y de pronto apareció la imagen de MarÃa ante sus ojos con sus pétalos caÃdos. Juan sintió en el fondo de su ser que MarÃa se morÃa de pena, y se dio cuenta que la amaba, que extrañaba sus formas, su tersura, su perfume, y Juan salió a las corridas del cine y volvió a su casa. Encontró a MarÃa desfalleciente, la tomó entre sus brazos, le sacó el agua en exceso de la maceta, y le habló del amor que le tenÃa, durante toda la noche. A la mañana la puso al sol, le agregó un poco de fertilizante, y asà la cuidó en su convalecencia que duró casi un mes. Al mes MarÃa estaba radiante y enamorada como siempre. Y ese dÃa Juan tomó el comprobante de compra y rompiéndolo en mil pedacitos le dijo a MarÃa - Alguna vez creÃ, equivocadamente, que porque te habÃa comprado y puesto el comprobante de compra bajo la maceta podÃa decirte - " soy tu dueño, y no te riego". - Hoy me doy cuenta que nuestra relación se sustenta en cambio en el amor diario que nos podamos dar, en que yo te riegue todos los dÃas con mi amor, mientras tu me llenas con tu hermoso perfume, tu tersura, tu compañÃa y y tu hermoso perfume. Que todos los cuidados que yo te haya dispensado en el pasado, vivirán siempre como un maravilloso recuerdo, pero que no son suficientes para el dÃa de hoy. Y que a partir del dÃa de hoy, para poder disfrutarte te seguiré regando dÃa tras dÃa. Y además tendré presente que si me encuentro con tus espinas puede ser, que parte de la culpa sea mÃa por no saber acercarme a ti.
Dr. Dino Ricardo Deon ExtraÃdo del libro "Los cuentos de Dino" Â
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