Usuarios en línea

Tenemos 9 invitados conectado(s)



Limonada y una historia de amor Imprimir
Historias de Vida - Historias de Vida

Mientras conducía por una desierta ruta de Indiana, vi un cartel que anunciaba limonada fría, y hacia allí me dirigí. Esperaba encontrarme con una estación de servicio o un negocio pequeño, pero, para mi sorpresa, era una casa. Un anciano estaba sentado en el porche. Bajé del auto; no había nadie más a la vista. Me sirvió un poco de limonada y me ofreció un asiento. Era un lugar muy tranquilo; no se veía otra cosa que campos de maíz, cielo y sol.

Hablamos del tiempo y de mi viaje. Me preguntó si tenía chicos. Le expliqué que acababa de casarme y que esperaba tener hijos algún día. Pareció complacido ante la idea de que la familia todavía le importaba a ciertas personas. Luego me contó su historia. La comparto porque no puedo olvidarla.

Hay algo especial en las familias. Una esposa, hijos, una casa propia. La paz mental que llega cuando se hace lo correcto. Recuerdo la época en que tenía su edad -dijo-. No creía tener chances en el terreno del matrimonio. No tenía una gran familia. Pero perseveré. Mis padres me querían muchísimo, y ahora me doy cuenta de que sus intenciones respecto de mí eran buenas. Pero fue duro. Recuerdo que muchas noches permanecía acostado en la cama pensando: "No voy a arriesgarme a llegar a un divorcio. ¿Una esposa? ¿Una familia? ¿Por qué?". Estaba convencido de que jamás expondría a más chicos a un divorcio.

"Durante la adolescencia, experimenté emociones nuevas. Sin embargo, no creía en el amor. Pensaba que se trataba solamente de amartelamiento y nada más. Tenía una amiga. En sexto grado estaba locamente enamorada de mí. Nos daba miedo que el otro se enterara de cómo nos sentíamos, de modo que nos limitábamos a charlar. Se convirtió en mi mejor amiga. Estuvimos muy unidos durante todo el colegio secundario -aclaró con una sonrisa-. Ella también tenía problemas en su familia. Traté de ayudarla. Hice  todo lo que pude por ocuparme de ella. Era muy lista, y también hermosa. Otros muchachos quisieron hacerla suya. Y como esto es entre usted y yo -agregó con un guiño-, le diré que yo también quería hacerla mía.

"Una vez intentamos salir, pero las cosas no salieron bien y no hablamos durante nueve meses. Hasta que, un día, en clase, reuní el valor necesario para escribirle una nota. Ella me contestó, y las cosas comenzaron lentamente a encarrilarse de nuevo. Después, ella se fue a la facultad. El anciano sirvió más limonada para los dos. -Fue a estudiar a Minnesota,  donde vivía su padre -recordó-. Yo quería jugar a béisbol. Me rechazarían en un  equipo tras otro y, por fín, me aceptaron en uno muy pequeño, ¡también en Minnesota! Fue tan irónico. Cuando se lo conté, ella se echo a llorar.

Empezamos a salir recuerdo que la besé por primera vez en mi cuarto. EL corazón me latía a toda velocidad; y tenía miedo de que me rechazara. Pero nuestra relación creció. Después de la facultad, logré dedicarme al béisbol. Luego me casé con mi dulce muchacha. Nunca había creído que recorrería  el pasillo hacia el altar.

-¿Tuvieron hijos? -pregunté. -¡Cuatro! -declaró él con una sonrisa-. Los mandamos a la escuela, les enseñamos a vivir bien; al menos de acuerdo con nuestro punto de vista. Ahora todos son grandes y tienen hijos propios. Me hizo sentir orgulloso verlos con sus bebés en brazos. En ese momento supe que la vida es digna de ser vivida.

"Cuando los chicos se fueron, mi esposa y yo viajamos juntos, siempre de la mano, como si fuéramos jóvenes de nuevo. Vea, eso es lo hermoso que tiene. A medida que los años pasaban, mi amor por ella siguió creciendo. Claro que nos peleamos, pero el amor prevaleció.

"No se como explicar el amor que sentí por mi esposa -dijo, meneando la cabeza-. Nunca nos abandonó. Nunca murió. No dejó de hacerse cada vez más fuerte. Hubo muchos errores en mi vida, pero nunca lamenté haberme casado con ella.

"El señor sabe lo dura que puede ser la vida -dijo, mirándome directamente a los ojos-. Tal vez sea demasiado viejo para entender cómo funciona el mundo de hoy, pero cuando miro hacia atrás, estoy seguro  de esto: nada es más poderoso en este mundo que el amor. Ni el dinero, ni la codicia, ni el odio, ni la pasión. Las palabras no pueden describirlo. Los poetas y los escritores tratan de hacerlo. No lo consiguen, porque es distinto para cada uno de nosotros.

Mire, quiero tanto a mi esposa. Después de mucho tiempo de estar en la tumba con ella a mi lado, ese amor todavía seguirá ardiendo, muy brillante. Miró mi copa vacía. -Lo entretuve más tiempo del que probablemente a usted le hubiera gustado -se disculpó-. Espero que haya disfrutado de su limonada. Cuando siga su camino, recuerde: quiera a su esposa y a sus hijos con toda su fuerza, todos los días de su vida. Porque uno nunca sabe cuando puede  terminar.

Al caminar hacia mi auto, sentí el poder de sus palabras. Se me ocurrió que aquel hombre, que yo presumía había perdido a su esposa años atrás, todavía la amaba con pasión. Me sentí lleno de tristeza al pensar en lo solo que debía sentirse, con nada más que su limonada y algún huésped ocasional.

Mientras volvía a la ruta, no podía sacármelo de la cabeza. De repente, me di cuenta de que no le había pagado la limonada, de modo que di la vuelta. Al aproximarme a la casa, vi un auto en el camino de entrada. Me  sorprendí; alguien más se había detenido allí. Caminé hacia el porche. No se veía al hombre por ninguna parte. Me incliné para dejar el dinero en su silla y, por casualidad, miré en dirección a la ventana. ¡Y allí estaba el anciano, en el medio de la sala, bailando lentamente con su esposa! Sacudí la cabeza cuando por fín entendí. Después de todo, no la había perdido. Ella solamente había pasado la tarde afuera.

Han pasado tantos años desde aquel episodio y, sin embargo, todavía pienso en ese hombre y su esposa. Espero vivir la clase de vida que ellos vivieron, y entregar nuestro amor a mis hijos y nietos tal como ellos lo hicieron. Y espero ser un abuelo que baile lentamente con su esposa, sabiendo que sí, que realmente no hay bendición más grande que el amor.

Justin R. Haskin
(De Chocolate caliente para el Alma de la Pareja)

 

 
Banner
Banner