Muchos concebimos el amor como un sillón. Creamos un parámetro fijo y confortable para nuestros sentimientos dentro de esos límites impuestos por nosotros mismos. No avanzamos para amar; esperamos que el amor venga a nosotros. Miramos novelas, películas y series de televisión para recibir amor en forma indirecta y estamos contentos de ser observadores pasivos. Tenemos miedo de sentir emociones que nos traigan exigencias que no podamos alcanzar.
El amor no se nutre de esa atmósfera. Los verdaderos enamorados no solo buscan la comodidad del amor sino que lo transforman en arte. Son conscientes de que esto requiere una expansión de los sentidos y una agudización de las percepciones para así no quedarse atrás en el desafío del amor.
El amor es una gran tela que está esperando nuestra expresión artística. El trabajo nunca queda totalmente terminado, siempre está en marcha. Pero como sucede con todos los intentos creativos, mientras trabajamos gozamos de una visión más amplia, una agudeza interior y una alegría que proviene principalmente del mismo proceso artístico, sin pensar en el juicio crítico o en la obra de arte terminada.

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Amar, al igual que rezar, es tanto un poder como un proceso.
Es curativo. Es creativo.
Zona Gale.