Día del almacenero. Imprimir
Día de ... - Septiembre - Septiembre 16 - Día del Almacenero

Si bien no se sabe a ciencia cierta por qué decidió instaurarse esta fecha, cabe destacar que antiguamente se celebraba el tercer jueves de septiembre, pero desde hace unos años se estableció a nivel nacional el Día del Almacenero el 16 de este mes.
Septiembre; el mes que la primavera llega cargada de sol, días más largos y radiantes, florecen las plantas, se energiza la vida. En septiembre, se festeja El día del almacenero, comerciantes de barrios que nacieron al calor de la necesidad de proveer un servicio a la comunidad, que hundía sus semillas en los surcos de la vida.
Los almacenes de ramos generales abastecían a los vecinos de los distintos elementos de uso diario y de los alimentos y más allá, le ofrecía su confianza, bondad, amistad y solidaridad que lo reflejaba en -las libretas- crédito de confianza y sin garantía.
Ellos, los almaceneros, más allá de la ciencia y de la técnica, compiten con sus mejores armas, para subsistir ante el avance de las súper estructuras mercadistas que se instalan en sus barrios, en las zonas de influencia de sus almacenes.
No es frecuente encontrar los antiguos almacenes, pero ahí están, peleando por sobrevivir con estilo propio. Nadie podrá negar que los almacenes de barrio fueron un poco de todo: comité, reunión de vecinos, tribuna de fútbol y sala de juegos, donde se intercambiaron los pensamientos, las ideologías, los resultados de los deportes y los sentimientos que despiertan los gobiernos de turno. Espacio de encuentros en donde los compradores contaban sus propias historias mientras esperaban la mercadería que reposaba suelta en grandes cajones de madera.

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En estos tiempos que corren, donde muchos almacenes fueron devorados por los supermercados y otros se reciclaron en autoservicios perdiendo su espíritu de almacén, es bueno reflexionar sobre este noble comercio que acompañó, y en cierta medida aún sigue acompañando a la familia argentina.

El almacén fue algo más que un comercio donde comprar los comestibles y demás enseres necesarios para la vida doméstica. El almacén fue el lugar de encuentro del barrio, el sitio donde íbamos a intercambiar ideas, afectos, problemas y soluciones a la vida diaria. El almacén marcó la identidad de los barrios. ¿Quién no se sintió identificado con el almacén de su esquina, de su cuadra, de su barrio? El almacén se caracterizó por ser un lugar a donde se disfrutaba ir, en donde se respiraba un olor especial, un olor a especias, aromas de embutidos, una serie de olores que confluían en un único y agradable olor que solo se podía apreciar en un viejo almacén. El almacén y la “libreta” donde nos anotaban lo que llevábamos y pagaríamos a fin de mes, esa libreta basada en la confianza mutua, sin firmas, sin garantías, sin documentos de por medio. El almacén donde recibíamos “la yapa”, ¿se acuerdan de “la yapa”, palabra quechua, que significa “añadir”? Esta vida moderna y automatizada nos quitó cosas tan saludables como la yapa. La yapa era un vínculo de agradecimiento por la fidelidad del cliente para con el comercio (no solo en el almacén se daba la yapa, también se cumplía con esta sana costumbre en el mercado, la carnicería y hasta en la librería, que entregaba unos caramelos en agradecimiento de la compra). El almacenero, en retribución a la fidelidad del cliente, entregaba en cada compra la yapa, esta consistía en unos gramos de más cuando despachaba productos sueltos que se vendían al peso; en unas galletitas o unos caramelos, en una verdurita, etc. Hoy las balanzas son electrónicas y se cobra hasta el último gramo ya que la misma balanza calcula el precio justo, antes las balanzas eran de aguja y, si bien pesaban exacto, el almacenero, de yapa, ponía algunos gramos de mas y nos decía: “esto va de yapa”. Recuerdo, y nunca lo voy a olvidar, cuando iba a comprar galletitas sueltas al almacén de mi barrio. Les pedía cuarto kilo de galletitas sueltas y Don almacenero abría la lata (con vidrio redondo por donde se podían ver las galletitas bien ordenaditas), colocaba un paquete de papel madera sobre la balanza y con una pinza agarraba las galletitas y las iba colocando en el paquete, cuando llegaba al peso indicado agregaba algunas galletitas mas y me decía: “estas van de yapa”. Volvía a mi casa contento, llevando las galletitas frescas y sabrosas sacadas de las latas de chapa con vidrio redondo, y despachadas en un envase de papel (biodegradable) y, por supuesto, con yapa. ¿Quedará alguna despensa, algún almacén de barrio donde aún se practique esa sana costumbre de “la yapa”?, ¿sabrán los menores de 30 años que era “la yapa”? ¿Se animará algún almacenero actual a revivir la yapa? ¿Por qué no? Seguramente más de un comerciante estará de acuerdo en volver a esas cosas buenas que vaya a saber por qué “las mató el tiempo y la ausencia” como bien lo afirma Don Juan Manuel Serrat.

Vaya también este homenaje a esos almacenes actuales, que si bien tiene formato de “autoservicio” conservan algo de la esencia de los viejos y queridos almacenes.

 

Alejandro Mariotto.