En algunas, muy pocas, raras ocasiones pude ser testigo de tu vulnerabilidad.
Te ví llorar, papá, cuando no te dabas cuenta de que yo te miraba.
Te encontré solo, sentado en la oscuridad, tu mano en la frente crispada, tu espalda agobiada por quién sabe qué pesos tremendos.
Te ví permanecer en silencio, la mirad ausente, tu alma absorta en encontrar la incierta solución a quién sabe qué preocupaciones.
Esto me conmocionó profundamente. ¿Mi padre, el que alienta siempre a todos a su alrededor, la persona del constante buen humos, el que todo lo sabe y todo lo puede, puede ser este hombre debilitado, igual a todos?
Esos momentos tan íntimos me revelaron una verdad poderosa: descubrí al hombre detrás de mi padre y tu imagen, frente a mí, se engrandeció aún más.

Lidia María Riba.
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