Sus besos son como trocitos de paz, más a veces los nuestros les asfixian. Deseamos aliviarle los dÃas tiernamente, para que estos sean dulces y serenos, mas en vano con tanto esmero remamos, la corriente de todos modos les azotará contra las rocas. Entonces quisiéramos volvernos un buque que les protegiera contra el oleaje, intentamos ser barca y remador, mar y remo, todo para mecerles suavemente como si nuestros brazos enteros fuesen la vida, pero esta nos obliga a entregarlos a los océanos a pesar de nuestra resistencia. Hay veces en que las soluciones las dejamos para ellos como racimos de uva colgando a su alcance, y llegan a creer que estas siempre les ofrecerán gratuitamente sus dulzores. En ocasiones me siento una seda que intentara cubrirle, que aunque suave y ligera le aparta del sol y del viento. En cambio, preferirÃa ser una taza de chocolate tibio, que caliente lentamente sus manos cuando haga frÃo, el cual beba a sorbos pequeños, para que sea su propio cuerpo el que genere calor. Me doy cuenta, por su bravura ante las pequeñeces, por su impaciencia y fatiga inmediata, que sólo al enfrentar calma y tempestades se hará fuerte, pero mucho más que eso logrará ser verdaderamente libre. Las leyes del universo no las he inventado yo. Son ellas las que me han ido vociferando su existencia en medio de mi angustia por encontrar respuestas: "La felicidad no significa ausencia de dolor, asà como el amor no consiste  en apartarles del sufrimiento, sino apoyarles durante este." La sabidurÃa duele y la calma también, no conozco otro camino hacia ellas. Ah! los hijos. Miel y desvelos. ¡Que cuando el mar los lleve, les regrese con la serenidad de sus profundidades!
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