Es muy fácil, papá, darte las gracias por todo lo que me has procurado.
Pero no me ha sido tan sencillo comprender que también debo agradecerte lo que no me has dado, aquello que tu paternal intuición (no existen cursos para aprender estas arduas lecciones) te indicó que debías negarme para lograr que creciera más fuerte.
Sereno, imperturbable en tu firmeza, has tenido que manejar desde infantiles rabietas hasta intransigentes rebeldías adolescentes. Cuánto te habrá costado muchas veces decirme no, tolerar que yo creyera que te interponías sin razones en mi camino, cerrar los ojos y el corazón frente a palabras duras dichsas impulsivamente…
Gracias, papá, porque tu amor vio más allá de mí y, con la tranquila actitud de quienes saben, supiste esperar. Hoy te agradezco también un mundo con límites afectuosos y tranquilizadoras certezas.

Lidia María Riba.
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